La tristeza me obliga. Como ya todos sabréis ha muerto el poeta uruguayo Mario Benedetti, dejando atrás una productiva historia personal de 88 años. Quisiera sumarme al dolor colectivo que sienten los lectores y lectoras estos días con unas líneas en recuerdo de este sensacional personaje. Ante todo, Mario Benedetti ha sido y será un maestro, un iniciador que ha llevado de la mano a muchos jóvenes y adolescentes en un viaje de ida, un viaje en el que se empieza a intuir qué es un verso, un poema, la poesía, lejos de los manidos y ofensivos clichés. En su obra nos hemos hecho adultos, con ella hemos educado nuestros sentimientos, nuestro pensamiento afectivo, a través de ella hemos encontrado puentes para arriesgarnos a garabatear alguna libreta, su obra nos ha regalado un microcosmos en el que analizar nuestras vidas, un espacio de libertad en el que repensar la más reciente historia política y económica. Del brazo de Benedetti, hemos cruzado puertas para el entendimiento, y su magnífica literatura de aspecto sencillo nos hizo perder el miedo a Borges, el reguero melancólico de su exilio nos hizo descubrir los exilados de la madre España, su plena convicción ideológica nos dio argumentos para vencer definitivamente nuestras dudas, su modo de vivir en el amor nos dio motivos para no decaer en la búsqueda de la felicidad. Por todo ello, sentimos que su muerte es tan injusta, tan extremadamente innecesaria, y solo nos consuela la certeza de la supervivencia de las páginas que nos ha legado, una obra que será para siempre un viento renovador, una escuela permanentemente abierta, un derroche de pedagogía.
Por Enrique Zumalabe
Por Enrique Zumalabe
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