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jueves, 25 de febrero de 2010

Hola qué tal

Sales de tu casa y saludas a la vecina que va, con sus tres hijos, al colegio. Entiendo que con tantos niños se agobie. Pero la ansiedad supera el habla. Llevas tres años viviendo en el mismo piso, del mismo bloque, saliendo a la misma hora de tu casa. Y no hay día que se acuerde de ti. Caminas por la calle y ves a los desconocidos de siempre. La ciudad sin ley y los ojos al suelo. A pesar de todo, las ocho de la mañana es una gran hora. Hay mucha gente por la calle, hay mucho tráfico, mucha gente parada en los semáforos. Las mismas gafas, los mismos chaquetones, los mismos paraguas, los mismos perros. Y nadie se saluda. Nadie deja constancia de que existe y está ahí.

Vas a comprar y la cajera sólo te habla para pedirte cambio. Te saluda el mendigo con la caja de monedas en la mano. Pasas por los bares, el señor del perro del quinto tomándose una cerveza. Tu casera, hola. La niña de tu casera, ¿hola?

Llegas a casa, nadie te abre la puerta. Cargado de bolsas empujas con el pie y pivotando sobre el otro entras en el recinto. Te cagas en todo. Mierda de gente. Saludas a la limpiadora. ¡Pasa, pasa! ¡Es que no quiero pisarte!

Y enciendes el ordenador, como si a lo largo del día no te hubieras encontrado con nadie.

Rocío Bueno

2 comentarios:

juanma dijo...

Buenisimo, pura verdad.

Divulgalia dijo...

desde luego...
gracias por el comentario!